
*Por María Pilar Padilla. Psicóloga especialista en abordajes Dialógicos en terapia individual de pareja y de familias.
P or extraño que parezca, el diálogo es una de esas prácticas que parecen simples, pero que en realidad requieren de mucha intención, sensibilidad y entrenamiento. Y más aún cuando se trata de una empresa familiar, donde no solo están en juego los intereses del negocio, sino también los vínculos afectivos que sostienen a ese sistema.
Las conversaciones cotidianas, que podrían ayudar a construir confianza, entendimiento y soluciones compartidas, muchas veces se ven bloqueadas por enojos no dichos, malentendidos o supuestos que nunca se aclaran.
– ¿Qué pasa cuando me incomoda algo que dijo mi hermano o mi cuñado, pero no lo expreso por miedo al conflicto?
– ¿Qué hago cuando siento que no hay equidad, cuando alguien cobra más por hacer lo mismo —o incluso menos— que yo?
– ¿Cómo dialogo si mi sobrino trabaja desde Bariloche mientras esquía, y yo estoy cada día a primera hora en la oficina?
Desde aqnitio, y en base a nuestra experiencia acompañando familias empresarias, creemos que incorporar el diálogo como una práctica sostenida y estructurada no solo es posible, sino necesario. Y que, si seguimos ciertas recomendaciones, se pueden minimizar los roces, las molestias y, en muchos casos, prevenir quiebres en las relaciones familiares.
Por eso, acá te compartimos tres claves que solemos trabajar en nuestras intervenciones:
1- Definir los roles y las responsabilidades de forma clara.
¿Quién hace qué? ¿Qué incluye cada tarea? ¿A quién se le reporta? Cuando esto no está definido, los límites se desdibujan y aparecen los enojos. No saber qué se espera de mí (o del otro) es una receta para el malestar. Aclarar funciones es cuidar la relación, no burocratizarla.
2- Crear espacios de diálogo estructurados.
No alcanza con decir “hablemos cuando podamos”. El diálogo en la empresa familiar necesita agenda, tiempo y lugar. Por ejemplo, establecer que los martes de 9 a 11 nos reunimos en un espacio neutral —como una sala de reuniones o biblioteca— para conversar sobre cómo estamos trabajando, qué obstáculos encontramos y cómo nos estamos sintiendo.
Estos encuentros no son reuniones operativas ni espacios de catarsis. Son espacios de construcción. Por eso, si no sabemos cómo dialogar, se puede y se debe aprender: cuidar las palabras, hablar desde uno mismo, y sobre todo, escuchar activamente. Escuchar no para responder rápido, sino para intentar comprender genuinamente al otro.
Estos espacios valen oro. En ellos se juega, muchas veces, no solo la salud del negocio, sino la calidad de los vínculos y el futuro compartido.
3- Construir una cultura de confianza y respeto mutuo.
Este es el tejido invisible que sostiene todo lo demás. Sin confianza, todo el resto tambalea. Confiar no significa estar de acuerdo en todo, sino saber que hay intención de cuidado, de respeto y de búsqueda común. Y esto se cultiva con tiempo, coherencia y diálogo constante. También requiere un trabajo personal: revisar mis propios prejuicios sobre los demás miembros de la familia. Si pienso mal del otro todo el tiempo, es solo cuestión de tiempo para que eso se filtre, explote o lastime.
Y una advertencia clave: el diálogo no es gratis ni inmediato. Requiere horas reales. Tiempo emocional y cognitivo. Pero no es un gasto: es una inversión a largo plazo. Una inversión en vínculos más sanos, en decisiones más claras y en una empresa que pueda sostenerse en el tiempo.
Ahora bien, te pregunto:
¿Ya están implementando alguna de estas prácticas en tu empresa familiar? ¿Cómo les está resultando? ¿Tienen alguna estrategia que les haya funcionado bien y que quieran compartir con otras familias empresarias?
Te invito a que nos escribas a través de nuestro formulario de Contacto. En comunidad, compartiendo experiencias, también se construye un presente más saludable y un futuro más sostenible.