
*Artículo publicado en Cronista
La historia se repitió una y otra vez en distintos puntos del globo. El fundador de una compañía invierte tiempo y dinero para hacer crecer su proyecto personal. Su hijo, que vio los sacrificios del padre, se involucra en la firma y lleva las cosas un paso más adelante. El nieto, ya despojado de esa carga emocional, termina por desentenderse del negocio y la empresa cierra sus puertas o, en el mejor de los casos, es vendida a algún competidor.
Pero algunas logran romper ese ciclo de vida de las compañías familiares. Una sucesión planificada, la profesionalización del management y conseguir que los descendientes del fundador asuman sus propios proyectos y desafíos dentro de la organización son las claves que hacen que estas firmas se preparen mejor y logren el éxito en el traspaso de una generación a otra.
“Lo importante es poder mapear los intereses de los integrantes de cada una de las generaciones. Además, como los conflictos entre los mayores y los más jóvenes son inevitables, hay que establecer dispositivos para su resolución”, dice Manuel Font, consultor de aqnitio, firma especializada en empresas familiares.
El especialista agrega que a medida que se van incorporando hijos y nietos a la organización hay que tener en claro qué quiere cada una de las partes y definir qué papel desempeñarán en el corto plazo, pero también en el largo. Lo ideal es que cuando el fundador se retira de la dirección y de la operación, ya haya preparado a quienes lo van a suceder.
Transición natural
La transición de la primera a la segunda generación se dio de manera natural en Barbieri, pyme industrial que produce perfiles metálicos y plásticos para construcción en seco. Los hijos del fundador comenzaron a trabajar en la compañía y, de a poco, fueron sumando responsabilidades, hasta que uno de ellos tomó el mando cuando su padre decidió retirarse.
“Se dio en forma espontánea y todo se decidió entre los hermanos. Una empresa familiar exitosa es una familia exitosa en la que sus miembros son felices. Esa es la máxima con la que nos manejamos”, explica Walter Barbieri, director de la compañía.
Con la tercera generación y parte de la cuarta ya incorporados a la empresa, el desafío que sigue es planificar cómo se realizará el segundo traspaso. Para ello, dice Barbieri, están trabajando junto con Guillermo Perkins, del Centro de Empresas Familiares del IAE Business School.
La compañía, además, comenzó un proceso de profesionalización. Por ello, impusieron como regla que todos los miembros de la familia que se incorporen al negocio tienen que haber trabajado en otras compañías al menos dos años en funciones similares a las que van a ocupar.
“Estamos convencidos de que la planificación es la mejor manera de evitar conflictos futuros. Cuando uno tiene una hoja de ruta bien pensada, es difícil que los acontecimientos te tomen por sorpresa. Y eso es muy importante para la continuidad de la empresa”, agrega Barbieri.
En opinión de Emiliano Martín, socio líder de Private Equity Enterprises de KPMG Argentina, una mayor profesionalización permite tener una mejor visión de los desafíos que enfrenta una firma. Al incorporar colaboradores con una mirada distinta, se encuentran nuevos focos y aparecen otros caminos posibles.
“Se cambian los procesos internos, se hace una correcta planificación fiscal y financiera y, en muchos casos, son estos profesionales externos los que convencen de emprender nuevos caminos“, señala.
Cambio de rumbo
Otras veces, el golpe de timón llega con la incorporación de una nueva generación, que cuando ingresa a la compañía trae la experiencia de haber pasado por otros trabajos. Eso fue lo que sucedió en Murillo 666 cuando Sebastián Wolfsohn tomó las riendas de la empresa que habían fundado su padre, Luis, y su tío Nelson en los años 80.
Reconocida durante años como una fábrica de camperas de cuero, la marca comenzó hace unos 10 años un proceso de diversificación. Así, además de indumentaria, empezaron a elaborar muebles, especialmente sofás y sillones tapizados en cuero. Veían que el mercado empezaba a cambiar y era momento de buscar un nuevo modelo de negocio.
“El mercado había perdido rentabilidad y decidimos buscar un nuevo modelo de negocios. Hace cuatro años me llamaron a mí para hacer un cambio radical. Decidimos dejar de hacer indumentaria y dedicarnos de lleno al mobiliario y objetos de decoración. Vender camperas de cuero casi sin turismo en el país no es rentable. Además, la pandemia hizo que el consumo local se orientara más hacia el hogar. Había un nicho ahí por explorar”, explica.
En enero de este año, la compañía dejó atrás su histórico nombre y pasó a llamarse Murillo Home. Ahí fue cuando reafirmaron la fortaleza de la marca que habían creado. Tanto que decidieron lanzar un spot en radio para anunciar el cambio de dirección de la empresa, que hoy tiene 50 empleados y factura cerca de $ 300 millones al año.
Wolfsohn llegó a la compañía familiar luego de haber trabajado varios años en un emprendimiento propio relacionado con la marroquinería. Cuando lo convocaron para incorporarse a Murillo 666, como nunca había estado relacionado con la venta de camperas, no dudó en pegar el volantazo y, prácticamente, empezar un nuevo negocio.
“Soy una segunda generación y estamos parados sobre lo que construyeron mi padre y mi tío. Pero lo que estamos haciendo es todo nuevo, así que, en realidad, me siento como si fuera de la primera. El traspaso generacional fue un shot de energía para la empresa”, señala.
Fundado en 1942 en el kilómetro 113,5 de la ruta 2, el Parador Atalaya es célebre por sus medialunas de manteca dulces y saladas. La compañía está en la actualidad en manos de la tercera generación, que tuvo que hacerse cargo de manera inesperada.
“El traspaso fue medio azaroso. Mi padre murió cuando yo tenía 20 años y por ese motivo, el directorio de la compañía quedó integrado por un miembro de la segunda generación y dos de la tercera. Se dio así y tuvimos suerte de que funcionara, porque no hubo planificación”, cuenta Juan Ignacio Castoldi, vicepresidente de Atalaya.
Planificar con tiempo
Pese a que todavía el próximo recambio generacional parece lejano en el tiempo, la compañía ya empezó a pensar cómo se realizará la sucesión. Es que los problemas empiezan cuando hay muchos intereses en juego y las cosas no están claras. Eso lleva, en muchos casos, a que las familias se desprendan de la operación para evitar conflictos o, incluso, a que el negocio fracase.
Antes de incorporarse a Atalaya, Castoldi trabajó en otras compañías, entre ellas una multinacional suiza en la que estuvo cuatro años. De esa experiencia salió convencido de que profesionalizar el negocio familiar era el único camino posible para el futuro.
Hace seis años, la empresa no tenía contador in house. Además, contaba solo con un ingeniero de producción part time. Hoy sumaron profesionales de sistemas, dos ingenieros de alimentos y dos contadores.
“Llega un punto en que la organización alcanza un tamaño que por más buena voluntad que le pongas, no alcanza. Ese es el momento de buscar ayuda”, dice.
A los profesionales que contrataron les dieron el poder de proponer nuevas ideas, formatos y procesos de trabajo.
“Lo único que no se puede tocar es la fórmula de la medialuna“, agrega.
La decisión de Castoldi fue, en opinión de Martín, de KPMG Argentina, la más acertada para el momento de la compañía. Es que la llegada de un director independiente o de un asesor de confianza es la mejor manera de tender puentes entre una generación y la otra.
“Cuando viene alguien externo tiene más información y datos, y abre la puerta a más oportunidades de facturación o ingresos. Eso no quiere decir que lo que se hacía antes estuviera mal, pero la mirada del que llega de afuera muestra que hay una manera mejor”, aporta el especialista.
Alberto Arizu (h.), CEO de Bodegas Luigi Bosca, se enorgullece al decir que la compañía que dirige es la más antigua del país que sigue en manos de la familia fundadora. La marca festejó el año pasado los 120 años desde que Leoncio Arizu plantó los primeros viñedos para hacer vinos en Mendoza.
Cuando Arizu se incorporó a la compañía, hace poco más de 30 años, el directorio estaba conformado por la generación de su padre. Cada uno de los hermanos estaba a cargo de un área específica, acorde con su formación profesional, y existía un protocolo para el ingreso y también para la rotación de la presidencia del directorio. Eran épocas en que la vitivinicultura argentina vivía un boom de crecimiento y tecnificación y empezaba a crecer en exportaciones.
Precisamente, esa fue una de las primeras tareas de Arizu en la empresa. Debía indagar qué productos demandaba el mundo y cómo hacer el match con los vinos de su bodega.
Objetivo profesional
Otro de los grandes desafíos que tuvo en estos años fue lograr un alto nivel de profesionalización: “Ser una empresa familiar no quita que uno piense en una organización 100% profesional. Luigi Bosca está viviendo una enorme transformación en ese sentido”.
El objetivo es conseguir el mejor talento que aporte ideas novedosas. El problema, sostiene Arizu, es que se compite con diferentes industrias y negocios. Y ahí entra en juego la posibilidad que se les ofrece de asumir roles de alto liderazgo a quienes no forman parte de la familia.
“Todo traspaso generacional tiene enormes desafíos. En nuestro caso, había reglas y compromisos, pero la transición no se había pensado antes. Ahora ya está completado el paso de la tercera a la cuarta”, dice.
En ese sentido, Font, de aqnitio, sostiene que la primera falla en una transición es no entender que hay un proceso de por medio. Eso implica tomarse el tiempo necesario para que las dos generaciones se sienten a hablar y poner en claro sus intereses.
“No tener esa comunicación desencadena el resto de los problemas. No se pueden tomar decisiones, hay dudas. La generación que está saliendo siente que está sola. La que entra cree que no le hacen lugar y se entra en la inacción”, asegura el especialista.
Arizu dice que Luigi Bosca todavía no empezó a planificar el momento en que la quinta generación tome el mando. Sin embargo, asegura que están en mejor situación porque ya comenzaron a trabajar en planes de reemplazo. La idea es anticiparse no solo a un recambio generacional, sino poder tener capacidad de respuesta frente a una situación drástica.
En el futuro, señala, podría haber una compañía que no necesariamente esté liderada por la familia. Todavía no decidieron qué modelo elegirán, porque dependerá de qué quieran hacer los que les siguen.
“Ojalá que alguno de mis hijos quiera estar, pero va a tener que hacer el recorrido que hacen todos en la compañía. Tendrán que competir con los mejores talentos y ganarse el lugar“, dice Arizu.
Crecer de golpe
Los cuatro hermanos Berisso Buchanan tuvieron que hacerse cargo del negocio familiar antes de lo previsto. Tras la muerte de su madre, comenzaron a trabajar en el campo de producción de cítricos que había fundado su abuelo, Tomás Buchanan, en Concordia.
“Nuestro abuelo había adquirido 15 hectáreas en 1950 en las que plantó naranjas. Cuando muere nuestra madre nosotros todavía éramos chicos y uno de nuestros tíos administró la empresa en nuestro nombre, pero con un enfoque muy conservador, porque no quería perder lo que no era suyo. Por eso, cuando finalmente nos pusimos al frente de El Paruco fue como empezar de cero“, cuenta Marina Berisso Buchanan, la menor de los cuatro hermanos.
Con su llegada a la compañía comenzaron un proceso de inversión y cambiaron el modelo de negocios. Hasta entonces, la producción se vendía solo en planta, por lo que decidieron iniciar el camino de ser proveedores directos de supermercados de la zona. Para ello tuvieron que abrir su propio galpón de empaque.
El primero en incorporarse activamente a la compañía fue el mayor de los hermanos, Bautista. Lo hizo apenas terminó la carrera de Administración de Empresas y con dos objetivos en mente: inversión y crecimiento.
A partir de allí comenzaron a vender directo al Mercado Central. Instalaron un sistema de riego, contrataron personal para la planta de empaque. Y luego llegó el desafío de iniciar la exportación directa a supermercados y mercados de abasto de distintas partes del mundo.
“Para nosotros fue un mundo totalmente nuevo. Yo soy ingeniera agrónoma y en la facultad ni se ve cómo es el cultivo de cítricos, así que tuvimos que hacer nuestro propio camino. Decidimos abrir una oficina en Concordia y poner cuatro administradores fijos ahí“, agrega.
Para crecer, la compañía buscó profesionalizarse. Agregaron tecnología a los procesos con el objetivo de hacerlos más eficientes. Además sumaron más hectáreas de producción, hasta llegar a las 400, e hicieron una inversión de cámara de frío para la conservación de las frutas. Además, este año plantaron limones, una fruta que aún no tenían.
En pañales
Alejandro Ponasso es integrante de la segunda generación de Amalfi, la tradicional marca de alfajores de Villa Gesell. Cuando ingresó en la compañía en 2007 venía de trabajar en el sector financiero y llegaba con ideas nuevas para la empresa.
“Queríamos hacer hincapié en retomar ideas que estaban dando vueltas, pero que por una razón u otra no se terminaban de concretar. Una de ellas era reimpulsar la cafetería, con un modelo similar al que tenía Havanna. Lo hicimos en la temporada 2008-2009, tras casi un año de trabajo de adaptar nuestro local emblema, en avenida 3 y paseo 108″, dice.
Los otros cambios que se introdujeron son menos visibles. Modificaciones en los procesos para hacerlos más eficientes, incorporación de tecnología en la línea de producción y de empaque y empezar a elaborar para terceros, como una manera de sostener el negocio fuera de la temporada de verano son solo algunas de las novedades que trajo el management de la generación más joven.
El próximo paso, agrega, es abrir su propia tienda digital. Con ello apuntan a apelar a la nostalgia del turista tradicional gesellino y desestacionalizar el consumo.
“La primera generación aún no se retiró del todo del negocio, pero ya estamos empezando a diseñar cómo se hará ese traspaso. Es un tema complicado, pero que vamos a tener que abordar por el bien de la compañía“, cierra.