
*Por Diego Slobodianinck, Socio aqnitio
Enun mundo regido por convenciones que auguran estándares, el querido José Larralde dice:
“No venga a tasarme el campo
con ojos de forastero
porque no es como aparenta,
sino como yo lo siento
Su cinto no tiene plata
ni pa´ pagar mis recuerdos”
Hay sentires que parecen no encajar en las “apretadas” matemáticas que rigen las búsquedas de precios y precios que, establecidos, resultan incapaces de contener lo “inmensurable” del valor involucrado en la pregunta “¿Cuánto vale mi negocio?”.
Como seres que buscan satisfacerse acuerdos que permitan establecer y respetar homogeneidades mundiales de medidas, formas y estructuras de cálculo, hemos logrado grandes avances a lo largo de nuestra historia, tales como el Metro Patrón, pasando por el sistema internacional de unidades, las convenciones para el tratamiento de refugiados, marcos jurídicos para relaciones internacionales, Normas ISO para regular estándares de calidad en procesos, productos y servicios, derechos del niño, sistemas de numeración decimal, tráfico marítimo, adopción, salud pública, pandemias, medicamentos (OMS), diversidad biológica, no proliferación nuclear, cambio climático, tráfico de especies, etc. etc.
En el plano de las finanzas, hemos alcanzado normas internacionales de información financiera (NIIF) que constituyen un conjunto de estándares internacionales para la presentación de estados financieros. Convenciones de medición de riesgos, tal el caso de +EMBI sobre mercado emergentes mas conocido como riesgo país, índices de cotizaciones bursátiles, sistemas de premio-castigo a corrientes de flujos de fondo, etc. etc.
En todos casos se trata de asegurar transparencia y comparabilidad de la información, un requisito básico para la toma de decisiones en cualquier rincón del planeta y donde los activos se venden y compran a precios calculados de manera imparcial, objetiva y sobre razones de mercado y no pareces subjetivos, personalistas y por lo tanto no comparables ni en el proceso de su determinación ni en el resultado de la valuación.
Así, el valor contable de una acción y su valor de mercado, pueden ser estimados a partir de métodos que brindan homogeneidad en la aplicación de medidas y por lo tanto aseguran la razonabilidad de su resultado.
Todas estas convenciones financieras parecen muy prolijas y de notoria utilidad, hasta que se topan con un cierto orden implicado y subyacente en el ser-sentir-hacer de hacedores empresarios dueños y administradores de negocios familiares, que ven con ojo propio una convención forastera que aprisiona el número empotrando a empujones un valor en un precio que no lo representa.
Vínculos, identidad, legado, historia, trascendencia personal… se pueden expresar en el símbolo que la palabra de valor les represente, pero no en un número.
Hay otra convención, una convención de interioridad cuyo límite matemático tiende a infinito en el mundo entero, que no puede ser representada por el cálculo cardinal porque la energía de su figura inunda toda la creación empresaria.
Esta convención que pertenece a toda la especie hacedora de negocios familiares nunca fue firmada ni puesta en común, existe desde antes de los tiempos de las finanzas. Es emanadora y creadora de las formas. Es previa al mundo de las matemáticas financieras. Ha dado cobijo, asilo y razón de existencia a cientos de acuerdos contables, económicos y financieros, tal es la grandeza de su existencia y la inmensidad de su capacidad creadora.
La hondura de ésta fuerza es tal, que si visualizamos conscientemente su riqueza, entenderemos en sus motivos, que ningún cinto podrá pagar recuerdos porque ninguna convención nos será forastera.